miércoles, 26 de enero de 2011

Del estudio de Los cuentos de Ahigal

Ángel Hernández Fernández ha catalogado y estudiado la colección de cuentos recogidos por José María Domínguez y que vamos a publicar en dos o tres semanas con el título de Los cuentos de Ahigal. Os dejamos aquí los primeros párrafos del estudio previo para que podáis haceros una idea de con qué materiales insólitos y extraordinarios estamos trabajando.



Una colección excepcional de cuentos tradicionales


La colección de cuentos que José María Domínguez ha ido recogiendo durante muchísimos años en el pueblo cacereño de Ahigal es un trabajo formidable y valiosísimo que, sin lugar a dudas, no dejará indiferentes a los investigadores, lectores y amantes de la literatura y el cuento tradicional. Se trata de un conjunto excepcional de cuentos que abarca prácticamente todas las modalidades, tonos, tipos y clases que este riquísimo género de la literatura folclórica puede regalar. Y he utilizado la palabra “excepcional” al referirme a esta colección sin exagerar lo más mínimo y sin banalizar en absoluto el contenido semántico de este adjetivo, que denota algo fuera de lo común, diferente y admirable por valioso y poco habitual.

¿Por qué me parece este un libro excepcional? No lo es por la gran cantidad de etnotextos que contiene (más de 250), pues si desde luego reúne un conjunto más que apreciable de cuentos no nos sería difícil recordar otras colecciones españolas, publicadas e inéditas, que aún pueden presumir de un número mayor; tampoco por la rareza de los etnotextos registrados, ya que prácticamente de todos ellos podríamos aportar paralelos tradicionales y literarios, e incluso la mayoría (un ochenta por ciento aproximadamente) pueden localizarse en los índices folclóricos locales e internacionales; su excepcionalidad tampoco depende de la zona donde han sido registrados, porque Extremadura es una de las regiones españolas donde tradicionalmente los investigadores y recolectores de cuentos han demostrado más interés y esfuerzo por rescatar su patrimonio cuentístico. ¿En qué reside, por tanto, el mérito extraordinario de este volumen de cuentos que le permite situarse entre las cinco o seis mejores antologías publicadas en nuestro país desde los inicios del siglo XX?

Diferiré un poco más la respuesta a esta retórica pregunta. Antes quiero recordar el hecho sobradamente conocido de que la literatura oral inició en el siglo pasado su irrefrenable decadencia debido a múltiples causas que pueden resumirse en una: la modernización de nuestras sociedades, que mucho ha aportado de bueno para nuestras vidas pero que también nos ha hecho perder en gran medida nuestras raíces culturales y nos ha alejado de la naturaleza. El éxodo a las ciudades, la modernización del trabajo agrícola, la irrupción de los medios audiovisuales y las nuevas tecnologías han cambiado sustancialmente nuestras vidas, y contra tamaños gigantes el humilde cuento tradicional puede sobrevivir apenas hoy entre los mayores de la familia y en unos pocos “románticos” que todavía creemos en su valor y disfrutamos de su hechizo.

Resulta paradójico que una de las primeras colecciones importantes de cuentos tradicionales españoles, la ya clásica de Aurelio Espinosa, anuncie desde el principio la muerte paulatina del género ya que después ninguna otra (excepto, quizá, la de su propio hijo) podrá superar la calidad de las excelentes versiones tradicionales que atesora

. No olvidemos que las encuestas realizadas por Espinosa, que recorrió buena parte de España desde el norte hasta el sur, datan de la segunda década del siglo XX. De entonces hasta nuestros días los cambios sociales antes comentados han provocado un deterioro cada vez mayor de la tradición oral: la pérdida de cuentos, el debilitamiento y la banalización de sus argumentos y motivos (sobre todo en el cuento maravilloso) son las desastrosas consecuencias de esta inevitable caída.

Todo lo dicho anteriormente está comprobado y demostrado desde hace bastante. Pero he aquí que un lector del siglo XXI abre las páginas de este libro y se sorprende en primer lugar por el dialecto empleado en los cuentos, un dialecto verdaderamente arcaizante en cuanto al vocabulario, giros morfo-sintácticos y todo tipo de construcciones gramaticales que sin duda merecerán un estudio detallado y exhaustivo en el futuro pues estamos ante una verdadera joya lingüística dialectal. Pero, claro, tampoco por esta razón hemos denominado excepcional a nuestra antología. No, es algo más importante aún que conviene ya precisar: la calidad de las versiones aquí reunidas, desde un punto de vista literario-tradicional, resulta verdaderamente excepcional, inhabitual en los trabajos publicados desde Espinosa. Y diré más: si cotejamos varios cuentos de Ahigal con sus correspondientes de la mítica colección de Espinosa comprobaremos que en bastantes casos los de Ahigal aventajan a aquellos en más interesante desarrollo narrativo, mayor riqueza de detalles y de todo tipo de recursos estilísticos que sorprenden a estas alturas. Así, podríamos decir que, muchos años después, los cuentos de Espinosa han encontrado unos inesperados y sorprendentes herederos que casi le aventajan en belleza y entendimiento, como le ocurrió a la madrastra de Blancanieves, aunque en este caso estamos seguros de que el gran estudioso del cuento hispánico no sentiría celos sino alegría al comprobar que, mucho después, su labor sería continuada con tanto acierto.


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